CUENTO:
Por. Pietro Bazzoli
Ilustración: Daniele Enoletto
Traducción. Dr. Claudio Emilio Pompilio Quevedo
Durante un tiempo 'Njchlas había dejado atrás las luces elegantes de la galería de Don Claudio.
El calor ámbar había dado paso a las luces de gas que brillaba en la oscuridad verdosa, coloreando los bloques de construcción de las calles ocultas de Florencia.
El joven se detuvo en una intersección estrecha, tratando de memorizar el tono que parecía ser incapaz de arrojar luz mientras ilumina débilmente. Era una eterna sucesión de sombras y susurros.
Desde las ventanas de un apartamento se podía oír una melodía morbosa. Una melodía infernal que marcaba el número de almas perdidas en burdeles y vasos de vino.
El muchacho continuó, haciendo caso omiso de las provocaciones que le lanzaban en cada esquina de la calle.
Miradas ardientes de las señoritas, cuya virtud había sido negociada hacía tiempo por unos pocos centavos.
Incluso reconoció alguna, prueba pecaminosa de una aventura nocturna finalizada en las primeras horas del alba.
Aparta la mirada con cierto pesar. La sed que sentía quemaba su garganta y pensamientos, haciéndolo del todo incapaz de concentrarse en otra cosa.
Todavía podía sentir encima los ojos Dumal y por un momento pensó verlo ubicado en las sombras, esperando. Como si su único propósito fuera humillarlo hasta hacerlo enojar.
En todo murmullo reconocía su acento indescifrable. En todo el que pasaba veía algo que le impedía olvidarlo. Quien tenía su propia nariz; Quién su estatura; Quién su tez. Su olor, sin embargo, el aire apestaba. Un dulce olor penetrante similar al de las flores marchitas.
Se pregunta cómo le podría rondar incluso en ese lugar. Advertía un estremecimiento constante debajo de la piel, como un zorro cuando huele al depredador. Más trataba de distraerse más sentía el frío dejado por el tacto de aquella mano de porcelana.
Una vez más, la garganta y el cerebro lo obligaron a buscar algo de beber, con una fuerza tal para atrapar los sentidos, y él no esperaba más.
Atravesando aquellas calles claustrofóbicas, llegó a una puerta minúscula, casi invisible a los ojos inexpertos.
Era negra, destartalada y dejaba escapar un hedor venenoso, resultado de la mezcla de sudor rancio, tabaco de pipa y alcohol barato.
Años atrás aquel local había tenido cierta notoriedad debido al tráfico de opio. Una fama subterránea que llamaba a su presencia moribundos y mendigos de la peor especie. Los clientes buscaban la redención en una dosis de Aiphema india o Schemeteriak persa.
Cualquiera que estuviera en grado de pagar podría pasar entre la vigilia y el inconsciente, tendido en cómodos sofás orientales.
La edad de oro del lugar fue abruptamente interrumpida por un allanamiento de los policías, que marcó el final de cualquier actividad ilegal. Todavía aquel tugurio no había cerrado las puertas.
Con un suspiro, caliente como el aire que respiraba aquella noche, golpeó tres veces.
Por la mirilla aparecieron un par de ojos llorosos.
El resquicio se cierra con un golpe suave y un hombre pequeño abre la puerta sin decir una palabra.
El interior de la habitación todavía estaba teñido de rojo. Las paredes habían perdido el tono encendido de otrora, constate sinónimo de perdición ahora resultaban desvanecidas. Las almohadas y las alfombras sobre las que yacían los fumadores de opio habían desaparecidos, sustituidos por tablones de pésima hechura. El tipo de muebles que se compra en el mercado de las pulgas sin gastar más que algunas liras.
Al entrar, la mirada de Njchals se posó sobre un hombre dormido con la cabeza apoyada sobre la madera. El brazo extendido hacía de cojín y la masa de cabellos grasosos impedían verle el rostro.
Era uno de los típicos desesperados que se encuentran en todas las tabernas del mundo. Sujetos que se entregan al alcohol esperando encontrar refugio de la carga de la vida en un vaso barato.
Njchals se siente tan cercano a aquel desconocido envidiable.
El sueño etílico que lo había depositado entre los brazos de Morfeo, era aquel, que él también deseaba.
Pensó que la solución perfecta para alejar los malestares internos era ahogarlos.
Sentía el pecho abierto en dos, desgarrado por una fastidiosa sensación que le corría en las venas. La sangre espesa como metal líquido.
Se sentó en el banco, ordenó una vaso de absenta y la vació antes de que el propietario pudiera retirar tirar la mano.
<<Otro>>.
Al poco tiempo, aquello que estaba engullendo con tanto ardor comenzó a relentecerle el cerebro. Los sonidos se habían distanciado.
La piel del rostro comenzó a cosquillear y se desaceleró cada movimiento.
Intentó volver la cabeza en la dirección de la sala, pero aquel gesto fulminante le causó vértigos y por poco no lo hace volar fuera del taburete.
Se aferra al banco para no colapsar. Los tímpanos palpitaban sin interrupción y los parpados se volvían más pesados, mantenerlos abiertos era un esfuerzo inhumano.
Dibujó un suspiro de alivio y se alegró de haber llegado tan pronto a un estado de semi conciencia.
<<Ahora un vaso>>
Mientras el anfitrión vertía la sustancia verde, dando fuego al azúcar, Njchlas siente el toque de una mano sobre el hombro derecho.
Su corazón dejó de latir. Un sudor frío comenzó a descender a lo largo de su cuello. Fue asaltado por el miedo al ver aparecer a Dumal.
Sus miembros se contrajeron en un espasmo incontrolado, síntoma de un terror ancestral que hundía sus raíces en algo desconocido.
Temía que Dumal tuviera intenciones de agregarlo a su colección privada y que hubiera pasado el resto de su vida al mismo modo de un trofeo humano, de exhibir durante las veladas de gala. Se vio agazapado a sus pies con una correa de oro apretada alrededor de su cuello.
Con excitación, después de un tiempo que le parece infinito decide voltearse.
Detrás de él había un muchacho de su edad. No era muy alto y los músculos que se percibían bajo la ropa hacían su figura más bien enjuta.
<<Alessandro>>, dice animoso <<No sabes qué bueno es verte>>
Hubiera deseado decir algo más, pero el adormecimiento le apretaba la lengua, haciéndola suave e incapaz de seguir sus órdenes.
Tenía la boca empastada, hablar le resultaba difícil y la desgajada posición que había adoptado girándose hacia el amigo amenazaba seriamente su precario equilibrio.
<< Njchlas, te veo en forma. Me puedo sentar a tu lado? >>.
El pintor solo hace una señal con la cabeza.
<<Como.. estás?>> pregunta con fatiga al recién llegado.
<< Mejor que mi último oponente. Veintitrés partidos ganados >>.
Alessandro sonríe orgulloso, con un inquietante destello homicida en los ojos.
Njchlas pensó en la primera vez que había visto al muchacho sentado a su lado. Aquella noche había asistido a un encuentro clandestino de boxeo, atraído por el secretismo de la circunstancia más que, por una real pasión deportiva.
A diferencia de los encuentros canónicos, estos roung se caracterizaban por una violencia animal que a menudo desembocaba en sangre.
Alessandro estaba en el ring para hacer frente a un gran hombre el doble de su tamaño.
Por supuesto Njchlas había apostado a este último, creyendo que su coetáneo no tenía posibilidades de ganar.
Cuando David venció a Goliat, el pintor se acercó a él.
<<Por tu culpa he perdido diez liras>>
<<No por mi culpa>>
<< Tienes razón, me he equivocado al apostar en tu contra. Vamos a festejar tu victoria. Qué me dices?>>
Durante la velada Nichlas descubre que Alessandro, boxeador ávido y campeón indiscutible de las tabernas de Florencia, de día trabajaba como guardia de los Uffizzi.
Durante meses le pidió que le diera un paseo después de la hora de cierre, sin más resultado que la amenaza de recibir un golpe en la cara si le preguntaba de nuevo.
<< ¿Qué pasa, hombre? Das asco >>.
Nchlas lo miró fijamente a los ojos, como si una mirada pudiera describir la marea de emociones en la que se estaba ahogando.
<<Tengo… miedo>> dice simplemente.
<<Miedo de qué>>
<<De.. él>>
<<De él? Quién es él? Vamos respóndeme>>
Las preguntas de Alessandro le trastornaban y Njchlas ve el mundo girando alrededor vertiginosamente.
Cuando cierra los ojos ni siquiera se da cuenta que se derrumbó en los brazos de su amigo.
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