martes, 21 de enero de 2020

NARRATIVA: “Pide un deseo" de Tomás Marín. Segundo Premio en el Concurso de literatura de la Noble Villa de Portugalete


Por. SUROESTEonline_La Vie Charmant @cepq



El joven periodista y escritor venezolano, actualmente radicado en Italia, Tomás Marín resultó ganador del Segundo Premio en el Concurso de literatura de la Noble Villa de Portugalete con “Pide un deseo”. 

Gracias a la cortesía del autor, hoy se los publicamos para que lo disfruten.



PIDE UN DESEO 


-¿Vas a ir al cumpleaños de Benito? 

-¿Cuándo cumple Benito? 

-Pasado mañana. ¿No te invitó? 

-Creo que no lo recuerdo, ahora que lo dices. 

-Seguramente te habrá invitado. Benito te quiere mucho. 

-De todas formas, creo que no iré. 

-¿Por qué? 

-Odio los cumpleaños. 

-Pero si Benito es uno de nuestros mejores amigos. 

-¿Y? 

-¿Puedo saber por qué odias los cumpleaños? 

-No es que odie los cumpleaños propiamente. Me parece bien que la gente celebre un año más de vida, aunque, sinceramente, no sé si hay mucho mérito en eso. 

-¿Entonces? 

-Lo que odio es todo ese proceso relacionado a las ceremonias y a las celebraciones. 

-¿Las fiestas? 

-Exactamente. 

-¡Si las fiestas son lo mejor! 

-No. Es recibir llamadas, visitas y felicitaciones de mucha gente que, a duras penas, sólo se acuerda de ti gracias a un recordatorio automático de internet. 

-Supongo que la intención es lo que cuenta. 

-Pero las fiestas tampoco son lo que me molesta. 

-¿Entonces? 

-Es ese momento de apagar las velas. 

-Pero a mí me parece muy tierno. Es una tradición bonita. 

-¿Sabes qué me marcó mucho? 

-¿Qué? 

-Mi cumpleaños número siete. 

-¿Por qué? 

-Recuerdo esa fiesta con una exactitud que, a veces, me da un poco de miedo. 

-¿Algo en particular? 

-Estaba todo el mundo a mi alrededor. Frente a mí estaba aquella tarta con siete velas rosadas. 

-¿Y eso es tan terrible? 

-Todos cantaban. Yo estaba ahí parado, con un cono de cartón de fiesta en la cabeza, sin saber qué hacer. 

-Es cierto que ese momento es un poco incómodo. 

-Cantaba mi tío, estaba borracho como un alambique. Me caía tan mal. 

-¿Por qué? 

-Se creía tan gracioso. Y, tomado, se creía aún más gracioso. Pero no le hacía gracia a nadie. Pero nadie se lo decía por lástima. 

-Hay uno en cada familia. 

-Cantaba mi abuelo. Casi no tenía voz, pero le ponía mucho empeño, o lo disimulaba muy bien. Yo sentía que él prefería estar descansando en su cama, en vez de estar ahí cantando esa cancioncita idiota. 

-La gente mayor ya no está para perder el poco tiempo que le queda. 

-Fue precisamente el tiempo lo que se me detuvo en aquel momento. 

-¿Sí? ¿Por qué? 

-Una voz salió de entre la multitud, de entre esa pequeña multitud que me rodeaba, y, al finalizar la canción, me dijo tres palabras que nunca podría olvidar. 

-¿Cuáles? 

-“Pide un deseo”. 

-¿Eso es todo? 

-Sí. 

-Pero si eso es lo más normal del mundo. 

-Puede ser, pero a mí nunca nadie me había dicho que había que pedir un deseo. 

-¿Y qué pediste? 

-Es algo complicado. 

-No es complicado. Es sólo desear mucho algo y, con el corazón, aspirar a que se haga realidad. 

-¿Te acuerdas de mi padre? 

-Sí. 

-Él estaba muy enfermo en aquel momento. 

-¿Estaba en tu fiesta de cumpleaños? 

-No. Estaba postrado a la cama. 

-¿Qué era lo que tenía? 

-Una enfermedad que se lo iba comiendo poco a poco, que le iba deteriorando el cuerpo y la mente. 

-Pobre. 

-Debía comer con ayuda, ya casi no podía caminar, todo el día se quejaba del dolor. 

-Supongo que deseaste que se curara. 

-Sí. Por un momento. 

-¿Cómo que por un momento? 

-Había algo que yo había visto en la televisión, algunos días antes, que deseaba con todas mis fuerzas. 

-¿Qué era? 

-Era la nueva consola de videojuegos que había salido al mercado. 

-¿Y qué tenía de especial esa consola? 

-El comercial aseguraba que era veinte veces más divertida y genial que la consola anterior, de la que también habían dicho que era veinte veces más divertida y genial que la anterior. 

-La misma historia de siempre. 

-Además, todos mis amigos tenían aquella consola. Yo no quería ser el único que no la tuviera. 

-¿Y tú papá? 

-Yo quería que se curara. 

-Es lógico. 

-Él había sido muy bueno conmigo, siempre lo había sido, aunque no estuviera con nosotros en aquel momento por culpa de la enfermedad. 

-Tú siempre me hablas bien de él. 

-Yo lo quería mucho. Y él me quería mucho a mí. 

-¿Entonces sí deseaste que se curara? 

-Bueno, yo… 

-... 

-¡El comercial aseguraba que la consola era veinte veces más divertida y genial! 

-¡Pero era la vida de tu papá! 

-¡Papá se moriría de todas formas! 

-¿Cómo se iba a morir de todas formas? 

-La gente se muere, ¿no? Tarde o temprano. 

-Es cierto, pero… 

-Yo pensé que, si deseaba la consola, al menos podría pasar mi luto jugando. 

-¿No pensaste en tu papá? 

-Pensé que él sería feliz sabiendo que su hijo huérfano tendría la mejor consola del mercado. 

-No sé qué haría si te hubiese escuchado pensar así. 

-Quizás ya no hubiese sido tan bueno conmigo. 

-¿Y al final? 

-Al final, luego de ese instante que se me hizo tan infinito, soplé las velas. 

-¿Pediste tu deseo? 

-Con toda el alma. 

-¿Se te cumplió? 

-Minutos después, mamá sacó de debajo del sofá una caja envuelta en papel de regalo. 

-¿Una caja con qué? 

-Con la consola que yo quería. Era obvio que la había comprado de antemano, pero yo llegué, en aquel momento, a creer genuinamente que los deseos se cumplían en la vida real. 

-Por lo visto, a veces es mejor que no se cumplan. 

-Recuerdo cuando encendí la consola por primera vez. Estaba alucinando con esos mundos y esos gráficos repletos de colores brillantes y de aventuras fantásticas. Pero entonces llegó mi mamá con la cara triste diciendo que había que ir al hospital a despedir a papá. Yo sabía que había pedido el deseo correcto, aunque la culpa me atormente hasta hoy. 

T.M.
















Foto. Cortesía
Thanks. Licdo Tomás Marín y Licda. Ana Teresa Delgado de Marín



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