miércoles, 15 de abril de 2020

DESDE ESPAÑA: "El pintor Antonio Gisbert (1834-1901)". Luis Alberto Pérez Velarde. Ediciones Doce Calles. por Guillermo Arroniz López


Por. SUROESTEonline_La Vie Charmant @cepq

Texto: Guillermo Arroniz López
Fotos. Cortesía


Hoy vengo con una reseña que creo que va a dar mucho de sí. El libro es un catálogo de la obra del pintor Antonio Gisbert (gran parte de la cual no se conocía hasta la publicación de este libro) que va precedida de una parte biográfica que tampoco se extiende en exceso: la temprana inclinación del pintor por las Bellas Artes; su formación en Madrid; el apoyo recibido por parte de los Madrazo -que entonces eran los más poderosos en el el mundo artístico de la Villa y Corte-; sus becas en Roma y París; su intensa y duradera relación con Alcoy (ciudad natal); sus principales temáticas: pintura histórica, retratos (que le dieron muy buenos resultados económicos) y el cuadro galante o "tableautin".

La investigación y la búsqueda de su obra han sido ambiciosas, minuciosas y con un resultado exitoso pues se recogen en total 169 obras de su mano entre dibujos, óleos y grabados, la mayoría de los cuales se reproducen a todo color en el libro, uno de los enormes aciertos del volumen pues permiten apreciar el estilo del autor sin tener que acudir continuamente a internet o a otros libros (y en muchos casos no encontraríamos los trabajos pues están en colecciones privadas).

Y me ha suscitado dos líneas fundamentales de pensamiento. La primera es el análisis de los motivos por los que, siendo la técnica y el talento del pintor absolutamente innegables, inmensos, no consigue cautivarme. La segunda son la reflexiones sobre Historia que me ha propiciado el libro, haciéndome ver mis propias contradicciones o apasionamientos románticos que me hacen ser incoherente, pero no por ello menos sincero. 



Guardemos el orden. La vida artística de Gisbert corrió en gran medida paralela a la de Casado del Alisal, y fue contemporáneo de Rosales y Fortuny, entre otros. Pero esos dos últimos, creo poder decir, han alcanzado más éxito en la memoria colectiva, mientras que el nombre de Gisbert ha caído mayormente en el olvido. El artista fue becado por el estado para estudiar en Roma y en París lo que prueba sus inmensas dotes. Y su dominio del dibujo, que era lo que más se valoraba entonces, es absoluto. Se encuadra en lo que se ha dado en llamar el academicismo tardorromántico. Y he ahí donde para mí pierde fuerza: el academicismo le quita potencia, vibración, vida. Si bien los Madrazo representan también a la sociedad pudiente con sus retratos, "La Condesa de Vilches", por ejemplo, resulta inolvidable una vez que se la ha visto. En el caso de Gisbert sus damas son correctas pero tan equilibradas que no dejan huella. Incluso cuando pinta a Amadeo de Saboya, apuesto y gallardo, -figura a la que, es patente, admira- y lo hace con inmenso talento, le falta fuerza. El color es mayormente uno de los problemas para mí: como Rafael, pinta colores pero predomina el efecto pastel, falto de fuerza, de apasionamiento. Incluso en "Los Comuneros" predomina la estampa sobre el cuadro, la imagen es descafeinada. Y en "El fusilamiento de Torrijos" la sobriedad de la paleta es tal que predomina la impresión gris y, queriendo dotar el momento de solemnidad, queda ausente de sangre, de pulsión, de nervio. En definitiva, me deja frío... sin dejar de admirar su capacidad para representar rasgos físicos, texturas... y la precisión de su dibujo perfecto. Lo que en Rosales es falso -recreación muy edulcorada- pero verosímil ("Testamento de Isabel la Católica"); en Gisbert es -para mí- increíble totalmente: "Los Comuneros" parecen la hoja de un cómic, de excelente factura, pero no convincente. Y, cuidado, sé que el autor se documentaba mucho -hay testimonios de ello por ejemplo en el cuadro de Torrijos y hasta se entrevistó con testigos y familiares para saber cómo vestían los protagonistas del cuadro en el momento representado- pero no puedo sentirlo como algo real. 

Respecto a este -a pesar de todo- impresionante cuadro de enormes dimensiones, diré que despierta la mayor admiración por parte del autor del libro y dicha admiración -en mi opinión- da la mejor frase del libro al hablar de él: "[...] la figura de Torrijos [...] su actitud revela gallarda serenidad a la que aureola un leve rictus de indecisas nostalgias".

Página 163.

Sus escenas galantes, en general, son impecables y sorprendentemente detalladas para el tamaño en que las pintaba, según el gusto de la época, pero excesivamente "cursis". Uno de estos cuadros causa admiración, dos algo de tedio, tres casi la risa. Son "afrancesados", escenas del gusto francés del siglo XVIII... pero es que ese estilo me repele. Y me puede la sensación de "pitiminí" algo cansina y de fruslería vacía, sobre el innegable reconocimiento que despierta en mí la soberbia capacidad de sus pinceles, su técnica absolutamente milimétrica y perfecta.



Y ahora vayamos por la parte histórica. El libro del que me ocupo es riquísimo en ciertas anécdotas. Yo, casi toda mi vida, he sido políticamente conservador, si bien no por eso he dejado de rechazar el orpobio del reinado de Fernando VII, o de ver los vaivenes de su hija (Isabel II), y la algarada dañina de los carlistas. Y he admirado a Amadeo de Saboya, quizá no sólo por su buena planta (que todo hace) sino sobre todo porque lo conocí a través del Episodio Nacional "Amadeo I", del inmortal Galdós por cuyo centenario pasamos.

Por ello la encarnación de esos "valores liberales" que encarna Gisbert con los Comuneros, con Torrijos o con el cuadro del lecho de muerte del príncipe Carlos... me parece que trasluce una muy mala digestión de los mismos pues creo que con sus visión (simplista) echa leña a la malvada "Leyenda Negra" que tanto daño nos ha hecho y aún nos sigue haciendo como nación, ya que somos los españoles los primeros que la hemos creído y aun enarbolado contra nosotros mismos. 

Pondré un ejemplo y lo desarrollaré: "Muerte del príncipe don Carlos, hijo de Felipe II", pintado cuando el autor contaba con 24 años y era pensionado en Roma, es un cuadro espectacular. Las telas, la luz, el concepto del escenario... De hecho parece que Rosales toma de aquí ideas para su "Testamento de Isabel la Católica", como el dosel, por ejemolo. Pero... la forma en que representa el tema parece dar pábulo a las perversas invenciones sobre la maldad de Felipe II, que es casi quien propicia la muerte de su hijo (me niego a relatar los guiones folletinescos de Schiller o de la ópera "Don Carlo"). Por lo que sabemos nada más opuesto a la realidad histórica. El príncipe y heredero, al que juraron las Cortes por mediación de su padre, nunca fue una persona "normal": hay numerosos testimonios de su comportamiento propio de alguien mentalmente enfermo, propio al sadismo, desde su niñez, cuando le gustaba asar liebres vivas, por poner un ejemplo. Estas tendencias se acentuaron cuando, persiguiendo a una mujer del servicio, cayó y se golpeó la cabeza, tras lo que la operación no fue afortunada. Su ambición era tal que en cierta ocasión intentó matar a D. Juan de Austria por no haber cedido a sus peticiones de llevarlo a Italia. No quiero alargar mi discurso, la cuestión es que Felipe II se vio obligado a recluirlo por su seguridad y la de los demás, y como era muy discreto no quiso hacer público el estado mental de su hijo. Todo ello dio excusas a Guillermo de Orange y seguidores para inventarse mil leyendas sin base ninguna, pero ya se sabe que las gentes del norte hacen buen márketing y los del sur se lo compramos. 

En este enlace el mismo autor del libro (conservador en el Museo Sorolla, como antes lo fue en el del Greco, y profesor de la Universidad Complutense) nos habla del cuadro:

En él se nos dice que Felipe II se muestra bendiciendo a su hijo lejos de él para que no le vea y no se empeore su estado, siguiendo las recomendaciones de sus consejeros, entre los que está el príncipe de Éboli. ¿Empeorar su estado en su lecho de muerte?

La cara del rey, sinceramente, me parece de chiste, y la postura lo mismo. Ello por no decir que con todo este "montaje" Gisbert parece estar dando pábulo a la leyenda negra pues el rostro de Carlos provoca misericordia, pareciendo que es el "bueno" que muere en reclusión por su padre, que no se acerca ni a mirarlo cuando lo bendice. 

Es el mismo movimiento, supongo, el que inspira a los liberales de la época (que quizá serían los que se autodenominan hoy progresistas políticos) a incluir entre las personalidades que quieren honrar en una especie de Panteón Nacional en la iglesia de S. Francisco el Grande a Antonio Pérez, el traidor que conspira contra el rey, huye de España y empieza desde el exilio a levantar horribles y falsos rumores que dan rico fertilizante a esa leyenda negra que todos los enemigos del país se animan a aprovechar y acrecentar: Holanda, Inglaterra... ¿Ése es un personaje digno de rememorar como insigne español? Así lo han entendido (desde mi punto de vista erróneamente) y lo siguen entendiendo tantos compatriotas míos que se dedican a llenar de estiércol y pestes los grandes logros de nuestros antecesores y sus líderes. Los restos del secretario de Felipe II no fueron encontrados, todo hay que decirlo.
Es Gisbert, por cierto, quien ideará algunas carrozas alegóricas que acompañarán el desfile de los restos que sí se localizaron por Madrid hasta llegar a la gran iglesia. 

Para más detalles consultar las páginas 67 y 68 del libro.

También hay alguna anécdota más que me ha parecido muy destacable a nivel histórico y que nos habla del buen gusto de los monarcas españoles como mecenas, su grandeza de corazón y su generosidad incluso con quienes no los apoyaban. Cuando el pintor murió se encontró recibo del importante préstamo que la exiliada Isabel II había hecho al pintor, arruinado por los devenires políticos, según parece. Nunca pudo devolverlo. Al acudir con dicho recibo los familiares a la que había sido reina ella eligió un cuadro: "Esponsales de Francisco I y Leonor de Austria, hermana de Carlos V". Página 60, y dio por pagada la deuda.
 
También compró alguna otra obra del pintor en vida de éste. 
En fin, la obra recoge numerosos acontecimientos políticos y detalles de nuestra Historia con mayúscula (por más que a veces me parezcan vergonzantes) y de la historia con minúscula, la historia personal, por mucho que sea de los más poderosos. Y esa parte del libro me ha encantado. Y me ha hecho reflexionar que si bien soy admirador de los grandes logros de los Austrias en nuestro país, desde los militares a los del mecenazgo; no por ello he sido menos entusiasta de los pacifistas y artísticos Fernando VI y Bárbara de Braganza; o igualmente cautivado por la grandeza moral de un rey elegido por las Cortes que abandonó el país, al entender que no podía ayudar a los españoles porque según su propio puño y letra: "Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles" (Amadeo de Saboya).

En este enlace se puede leer la carta completa, breve pero de una peso y profundidad maravillosos (el enlace contiene alguna errata pero se puede leer sin problemas):


Para finalizar diré que lo que más me ha gustado de la producción de Gisbert han sido algunos retratos masculinos, donde creo que consigue "tocar la realidad" con toda la mano y dotar de fuerza los lienzos. Como ejemplos HILARIO BLANCO (CAT.48); RETRATO DE CABALLEEO ANTE UN TAPIZ (CAT.64); RETRATO DE CABALLERO IV (CAT.73); o también el magnífico NICOLÁS MARÍA DE RIVERO (CAT.86).

Un libro que aporta muchísimo. No diré más. 

Abrazos para todos.

Guillermo Arroniz López




No hay comentarios:

Publicar un comentario