Por. Claudio Emilio Pompilio Quevedo @cepq
Photo. Courtesy
Él nunca supo cómo, ni por qué, se inició su viaje al horror.
Siendo aún un pequeño, una mañana de invierno, estando en su salón de clases, sintió una fría sensación que le recorría la mano y subía por el brazo, produciendo un temblor involuntario que no podía controlar y que súbitamente fue percibido por la maestra y sus compañeros de clase, que lo observaban perplejos.
-No es nada- dice la severa enseñante al ver al pálido alumno cuya frente empapada brillaba bajo un sutil manto de perlas de sudor.
-Seguro se ha contagiado de influenza. Hay muchos casos en estos días de invierno- asevera mirándolo indiferente.
-Lo mejor es que regrese a su casa y se acueste bien abrigado mientras pasa el malestar. Yo daré aviso al director Williams. Le diré que le di mi permiso para ausentarse de la escuela-
Obediente y algo confundido, con la cabeza hirviendo por la fiebre que comenzaba a subir, Edward se levanta en silencio, recoge sus cosas, las introduce en su mochila, mira con desgano a su compañeros y sale del aula, seguido atentamente por la silenciosa mirada de sus camaradas.
Afuera las calles resplandecían con el perturbador reflejo producido por una gruesa capa de nieve depositada sobre el pavimento.
Tambaleante entra a su humilde vivienda en los suburbios pobres de la ciudad, donde su amorosa madre, una inmigrante rusa, protectora se abalanza sobre él al verlo casi desfallecido bajo el umbral de la puerta.
No sin esfuerzo logra conducirlo hasta la habitación, acostarlo y arroparlo con un raído edredón que a pesar de las perforaciones producidas por las polillas le procuraba algo de calor, mientras ella hierve un poco de agua para hacer un cocimiento de plantas medicinales que piensa ayudará a bajar la fiebre y calmar el malestar.
Carente de recursos suficientes para ir en busca de un médico privado que pueda revisar al muchacho e indicarle lo que ocurre, Olga aguanta callada la angustia de ver a su hijo que se consume delirante por las altas temperaturas, que no consigue disminuir a pesar de sus esfuerzos.
Auxiliada por algunas vecinas, tan pobres como ella misma, que desde sus ventanas han visto llegar al muchacho tambaleante, logra alimentar al enfermo a base de una insípida sopa de huesos que poco a poco le parece reanimar.
Con la efímera alegría de los miserables, con el paso de los días, la madre cree que todo va mejorando, hasta que una fría mañana, proveniente de la habitación del muchacho, escucha un grito aterrador que le hiela la sangre.
Expelida por un impulso irrefrenable corre hacia la recámara donde encuentra a su hijo, desnudo en medio de la estancia, con las manos y el cuerpo manchado de sangre.
Al mirarlo, su horror se hace indescriptible, cuando éste, gira su rostro cubierto de lágrimas al extenderle su delgado brazo para mostrarle su mano izquierda, de la que cae al suelo trozos de carne putrefacta.
Tratando de ayudar, tira de su delantal haciendo jirones para vendar la mano, buscando torpemente detener la hemorragia, para luego correr hasta la casa del Doctor Phillips, un buen médico que vive a unas cuantas calles de su vivienda y que es famoso por ayudar a los pobres de la zona.
- En nombre de Dios le ruego me me acompañe- grita desesperada ante la imponente presencia del galeno que, conmovido por el dolor de la mujer pide su maletín y sombrero para salir de inmediato al encuentro del enfermo que permanece tirado en el piso gritando desesperado por el dolor.
- Traiga agua hervida y trapos limpios- ordena, mientras algunas mujeres que habían acudido para ayudar corren a la cocina, de la que regresan a los pocos minutos.
Tras limpiar las heridas y minuciosamente reconocer al chiquillo, el doctor Phillips mira a la madre y con grave expresión le indica con la mirada que salgan del lugar para hablar lejos de la presencia de extraños.
Fuera de la habitación, moviendo la cabeza no le queda más remedio que decir...
- Señora.... Esto es muy grave. Su hijo presenta signos inequívocos de una terrible enfermedad. Según puedo dictaminar está contagiado de lepra.-
Incrédula, la mujer siente como un golpe le taladra la frente haciéndole perder el conocimiento y caer al suelo desvanecida.
Reanimada, el buen galeno le indica una receta y ordena ir sin demora a la farmacia. Consiente que estará sin dinero la tranquiliza diciendo que él correrá con los gastos y en la mañana regresará por el muchacho para llevarlo a un hospital.
De regreso a casa con el preciado encargo entre sus temblorosas manos, pasando frente a Saint Paul, siente el impulso de entrar y rezar.
En las profundidades del oscuro templo, arrodillada ante el altar, su amargo llanto baña el frío pavimento al tiempo que ora suplicando por la sanación de su muchacho que apenas iniciando la vida ya está condenado a un aciago destino.
En medio de aquel quebranto descontrolado, alertado por los sollozos, se acerca un viejo sacerdote que viéndola postrada la conmina a contarle lo que ocurre, pero él, tras escuchar el relato, con un signo de altivez indescriptible solo atina a decir...
-Tu hijo está tocado por Dios. Es un privilegiado porque con su sufrimiento está más cerca del Creador. No puedes hacer nada por él, solo rezar y dejar que cumpla su destino-.
Invadida por un rapto de locura corre fuera del templo como una enajenada de ojos vidriosos y rabia contenida.
A la vera del muchacho permanece toda la noche hasta alcanzar el alba, cuando el Doctor Phillips regresa acompañado por unos enfermeros que le ayudan a trasladar al pequeño a un hospital.-
Sin señal de mejoría, las semanas y meses fueron pasando. Las visitas del médico alejándose en el calendario, y un día de otoño, su madre no regresa jamás, enterándose luego que había sido encontrada muerta a las orillas del río, traspasada por el dolor, según dijeron.-
Ya en la adolescencia, con horror, Edward observa impotente como todo su cuerpo se pudre, es sacado del hospital y enviado a un leprocomio, donde será abandonado como un animal.
Cubierto de vendas andrajosas, manchadas de sangre coagulada, deambula por los pasillos de la institución donde las noches se hacen eternas y terribles. al no poder dormir ni descansar, debido a los lacerantes alaridos de dolor y desespero de sus compañeros de infortunio en aquel infierno victoriano.
Es en éste inenarrable recinto de condiciones infra humanas, cuando su frágil mente comienza a hundirse en las profundidades de la oscuridad absoluta, y solo atina a recordar la borrosa imagen de una calabaza incandescente y espectrales formas de ultratumba que bailan y canta a su alrededor.
Destellos delirantes que van haciéndose frecuentes y que se acrecientan cada otoño, al acercarse "Samhain" la noche de Halloween consagrada a las brujas, cuando arrebatado por la ira se arranca los vendajes, dejando visibles sus heridas y deformidades, llenándo sus pensamientos de un insaciable deseo de sangre.
Entonces, enardecido por su maldito destino, casual o causalmente, cada noche de brujas escapa de su presidio y va a recorrer sin rumbo fijo, las tenebrosas calles de la ciudad, con viandantes transformados en brujas y espectros entre los que puede confundirse.
En una de esas escapadas, cumplidos los veinte años, distingue a lo lejos la grácil figura de una bella muchacha rubia, vestida de hada, que ríe alegremente repartiendo golosinas a los niños, y que al acercarse le ofrece unos dulces.
Por un momento la confunde con su madre y siente como sus azules pupilas se anegan con lágrimas, pero ese sublime pensamiento pronto se transforma, dando paso al deseo y primitivo instinto animal que todo joven virgen experimenta con el despertar de su sexualidad.
Olvidando su repulsivo aspecto, Edward comienza a seguir a la adolescente que al principio se siente halagada y complacida de llamar su atención y causar tal efecto en un desconocido de disfraz tan perfecto, pero tras recorrer algunas calles y alejarse del centro, el juego la comienza a inquietar y decide detener la marcha para encararlo.
Edward y Anne se encuentran cara a cara. Él, seducido por la sutil fragancia de violetas que la envuelve. Ella, extrañada por el desagradable tufo a carne podrida, pero al mismo tiempo fascinada creyendo que es parte del disfraz.
Sin mediar palabra el leproso roba un beso que instintivamente es violentamente rechazado con asco.
Sintiendo el contacto con las laceraciones y mutilaciones de la piel del desconocido, unidas al fluido viscoso y sangre que brotan de ellas, cae en cuenta que aquello que inocentemente creía una lograda caracterización era en realidad la piel de un leproso.
Aterrorizada no puede reprimir un grito que le desgarra la garganta, pero el atacante, que la aventaja en tamaño y fuerza a pesar de su condición, rápidamente logra neutralizar todo intento de llamar la atención, tapando su boca y aciéndola fuertemente por la cintura, para arrastrarla hasta un desierto callejón.
Anne está paralizada. Los miembros no le responden y su mirada parece petrificada, mientras él coloca una de sus sucias vendas sobre los labios carnosos, al tiempo que va arrancándole la ropa, que va cayendo convertida en jirones.
Ante la sublime visión de la nívea piel, perfecta y pura, el corazón de Edward se llena de admiración ante tal belleza, pero al ver las lágrimas de rechazo de la ultrajada, súbitamente le comienza a embargar una sensación de odio e ira irrefrenable que le lleva a tomar la pequeña navaja que esconde en uno de los bolsillos de su pantalón, y como poseído por una fuerza satánica comienza a apuñalar hasta que la mártir se desvanece cayendo en medio de un charco de sangre, a cuya visión, en un raro momento de lucidez, Edward comprende lo que ha hecho y huye despavorido.
Para la ciudad, Anne será la primera de una larga lista de infortunadas que a lo largo de veinte años inexplicablemente fueron encontradas, brutalmente asesinadas, tras cada noche de Halloween, sin que las autoridades pudiera evitarlo, convirtiéndose el caso del "Asesino de Halloween" en un festín informativo para los periódicos amarillistas, que previo a la celebración, presentaban a su morboso público, ávido de sangrientas noticias, las más alocadas hipótesis, preguntando a grandes titulares, quién será la próxima sucesora de Anne Baxter?, para luego tener fabulosas ganancias con la venta de ejemplares dedicados a la nueva desafortunada.
Para el gran público y amantes de los sucesos policiales, la noche de Halloween de 1913, no fue diferente a las anteriores.
La gente celebraba con una extraña sensación de temor y morbosa curiosidad.
En el leprocomio, Edward estaba inquieto.
Durante semanas ha soñado con su madre que le reclama y dice que pronto estarán juntos nuevamente.
Irritado se prepara para salir, envuelto por una pesada capa negra con capucha que le oculta totalmente, pero esa noche, veinticinco años después del primer asesinato, siente que todo era diferente.
Su vigor juvenil había desaparecido, así como varios dedos de sus manos, uno de sus ojos y casi toda la nariz, convirtiéndose en un horripilante monstruo encorvado que se arrastra pesadamente.
Ya en el centro de la ciudad, resguardado entre las sombras, impaciente espera a la persona y el momento ideal para dar rienda suelta a sus más bajos instintos asesinos, hasta que las campanas de Saint Paul marcan las 10:00 y bajo la mortecina luz despedida por una farola, divisa a una joven meretriz, que porta una máscara y sombrero de bruja, mientras aguarda la llegada de algún anónimo cliente que le salve la noche con algunas monedas.
Acercándose torpemente, la llama e indica que le siga. La muchacha, tan rubia como el sol se siente temerosa por un momento, pero necesitada de dinero decide seguir al sujeto que camina dando tumbos hasta una estrecha calle, en la que cruza evitando ser visto, para dirigirse al fondo de la misma.
Mientras espera que la chica avance hacia el, de golpe vienen a su mente; su madre, Anne, Carolyne, Marie, Chantal, Eva, Diana... y todas aquellas que sintieron el filo de su navaja.
La muchacha le abraza cerrando los ojos, pensando que es un viejo pervertido, mientras él, comienza a llorar brevemente arrepentido, hasta que sin aviso alguno, ni disfrutar de la visión de las carnes jóvenes, hunde la navaja en el corazón hiriéndola de muerte.
La chica lanza un tenue quejido y mirándole a los ojos pregunta ¿porqué?
Edward se separa de su cuerpo dejándole caer como una pluma y la mira con ojos desorbitados al confundirla con su madre.
En ese instante horribles recuerdos se agolpan frenéticos en su mente haciéndole gritar.
Enloquece de dolor, de rabia, de impotencia, y tomando el arma se apuñala el corazón para caer sobre el inerte cuerpo de la muchacha que ha fallecido casi de inmediato.
A la mañana siguiente, son encontrados por unas parroquianas que de inmediato dan aviso a la policía y llaman a un médico.
El anciano Doctor Phillips llega apurado para reconocer los cadáveres. Al ver la lepra que cubre el cuerpo del miserable y una medalla que cuelga del cuello del asesino, queda pasmado.
No cabe duda, es Edward, aquel que conoció de pequeño y que debió dejar en un hospital con la esperanza que su mal no le hiciera sufrir demasiado.
Pero por lo visto no fue así.
El niño creció para convertirse en un monstruo.
A pocas horas del trágico suceso los principales periódicos sensacionalistas de la ciudad cubrían la noticia. Muerto el asesino de Halloween al que apodaron "el leproso de Samhain".
La gente se agolpaba para comprar los ejemplares que se agotaron en pocas horas, para regodearse leyendo la historia novelada del caso.
Con el paso de los días todo se fue olvidando, y la vida de la ciudad volvió a su cotidianidad, sin imaginar que poco después se vería estremecida por una tragedia mayor, que duraría cuatro años y que causaría millones de muertos.
Nota: Samhain o Samaín es la festividad de origen celta más importante del período pagano en Europa hasta su conversión al cristianismo, en la que la noche del 31 de octubre al 01 de noviembre servía como celebración del final de la temporada de cosechas en la cultura celta y era considerada como el «Año Nuevo Celta», que comenzaba con la estación oscura. "Wikipedia"