lunes, 13 de noviembre de 2017

CUENTO DE HALLOWEEN: Las dos hermanas y el castillo en llamas. III parte (Final)


CUENTO DE HALLOWEEN:

Por. Claudio E. Pompilio Q
Ilustración: Licencia Commons
Autor: Pulo

III 

Por horas escucho que en el castillo se desarrolla una frenética actividad. Pasos apresurados vienen y van. Coloquios inteligibles. Risas descontroladas…

En un momento del día Milton aparece con una enorme bandeja con las más extraordinarias viandas que cola sobre la mesita donde como habitualmente.

A diferencia de los días anteriores en los que he estado cautivo, esta vez lo encuentro diferente. Su aspecto es radiante, incluso sonríe y se ve rejuvenecido.

-Amigo rebosas felicidad- le digo dando una amistosa palmada en su hombro derecho.

-Hoy es la gran noche- dice intempestivamente –Todos en el castillo están agitados. Los sirvientes corren de un lugar a otro preparando el festín-

Yo enmudezco. Nos e que decir. Durante incontables horas estuve esperando ese momento, pero al llegar, mi seguridad se quiebra.

-Debo prepararlo para llevarlo ante Lady Blanche. Ella tiene algo importante para su protección-

-Pero cómo saldremos de aquí? Se escucha gente por todas partes- pregunto invadido por un repentino desasosiego. 

-No tiene de que preocuparse Señor. No nos verán salir. Ni siquiera advertirán que usted no se encuentra aquí.

Este castillo tiene innumerables pasadizos secretos, y en esta alcoba se encuentra la entrada a uno de ellos-

-Pero Lady Mary debe saber que puedo escapar por alguno de ellos. Con seguridad los mantendrá vigilados-

-Lady Mary conoce la existencia de muchos de ellos, pero no del que se encuentra en esta habitación; de ser así usted hubiera permanecido confinado en otro lugar.

Pero no perdamos tiempo. Prepararé el baño-

Desde mi cama alcanzo a ver como Milton vierte dentro de la bañera líquidos contenidos en diversas botellas de cristal tallado, primorosamente ornamentados con esmaltes y oro.

Como por inercia dejo caer al suelo el albornoz que me cubre y voy a la sala de aseo donde el muchacho me ayuda a entrar a la tina exquisitamente perfumada.

De inmediato, el aroma me tranquiliza y puedo relajarme, especialmente al sentir las fuertes manos de Milton sobre mi cuello y espalda.

Debo admitir que nunca antes había sido tratado con tanto mimo, si bien es cierto que provengo de una familia burguesa del sur, con suficientes recursos, no podríamos permitirnos el lujo de tener un sirviente personal tan diligente.

Milton dice algo a mi espalda que no logro entender sedado por la tranquilizadora calidez del líquido elemento y los perfumes que desprende, hasta que intempestivamente salgo de mi letargo al sentir la enérgica fricción que el muchacho dedicaba a mi pecho, muy cerca del corazón.

Instintivamente le lanzo una mirada inquisitiva y temerosa al apreciar, brillando entre sus dedos, el metálico resplandor de una gran navaja de barbero.

Él percibe mi inquietud al sentir como mi corazón cambia de frecuencia y comienza a palpitar desbocado. Mira la navaja y sonríe. 

-No tema Señor. No voy a causarle daño. La necesito para rasurarle el pecho-

-Por qué?- pregunto sorprendido.

-Cuando esté con Lady Blanche entenderá. Pero créame, es para su bien. Solo confíe en mí-

Receloso pero tranquilo por la respuesta del que hasta ese momento me ha cuidado y de alguna manera ha sido mi amigo, cierro los ojos y lo dejo hacer.

Bañado, perfectamente rasurado y acicalado con una ligera túnica de seda blanca que dejaba a la vista mi pecho desnudo, abandonamos la estancia a través de una pequeña puerta secreta, escondida tras un delicado bargueño español.

Al penetrar al estrecho pasaje, de contiguo golpea en mi nariz un fuerte tufo a moho y humedad que me produce deseos de estornudar.

Milton se hace con una tosca lámpara de gas colgada a un lado de la entrada y presurosos recorremos los entre muros de la residencia hasta los aposentos de la dueña de casa que espera impaciente. 

-Me alegro de verlo. Lo encuentro muy bien. Se nota que Milton ha sabido cuidarlo!-

-Así es My Lady, y les estoy muy agradecido. Gracias a Usted y a Milton es que hoy estoy aquí- digo mirando al joven lacayo que no ha dejado de sonreír.

-Necesitaba verlo para advertirle lo que ocurrirá esta noche y principalmente para colocarle una protección-

Con su dulce voz la bella dama me desvela todo lo que acontecería en el bosque y una vez concluido su fantástico relato, sin previo aviso, toma un pequeño cuchillo de oro y abriendo un poco el escote de la túnica para dejar al descubierto mi pecho izquierdo, con la afilada punta corta la piel en forma de cruz.

No sentí dolor alguno pero la sangre comienza a fluir y puedo notar como ante su visión y olor, en solo segundos logra excitar los sentidos de mis protectores cuyos ojos destellan de deseo, pero conteniéndose sosiegan el impulso de abalanzarse sobre la herida.

Sin demora, antes que el fluido manchara la túnica, Milton corre a limpiar la sangre mientras ella introduce bajo la piel una especie de cruz trenzada con mechones de su cabello.

Con gran agilidad y antes que pudiera reaccionar, Lady Blanche pasa su dedo índice a lo largo de la herida, que se cierra de inmediato y segundos después desaparece haciéndose invisible a toda mirada.

-Es una protección que le permitirá permanecer inmune a todo sortilegio- dice con dulzura antes de pedirme regresar a mi habitación.

Unas horas después la noche ha caído. El 31 de octubre comienza su declive y walpurguis ha llegado. 

De lejos llegan los rumores de la celebración mientras el reloj sobre la chimenea anuncia las diez.

Parado en medio de la alcoba, aguardo vestido con una lujosa túnica de seda negra sostenida solo por dos impresionantes broches de oro constelados de piedras preciosas y cinto de plata que las sirvientas de Lady Mary habían dispuesto sobre la cama.

Mientras repaso mentalmente todo lo concertado con Lady Blanche, mis celadoras entran sin llamar.

-Es hora de festejar- señalan lanzándose picaras miradas al tiempo que toman de la cama una opulenta capa con capucha de terciopelo rubí que ciñen a mis hombros y atan fuertemente al cuello con un delicado cordel de oro.

Milton ingresa a la recamara con un antifaz de terciopelo negro bordado en oro que me coloca sobre el rostro y luego cubre con la capucha invitándome a que le siga. 

Al rebasar la puerta principal del castillo, nos espera un cortejo de encapuchados enmascarados portando grandes antorchas que resplandecen alocadas por la brisa nocturna.

Siguiendo las instrucciones de Lady Blanche actuó como un autómata, un ser sin voluntad que solo se mueve según le indican.

Tras recorrer varios cientos de metros entre el intrincado follaje del bosque que envuelve la residencia finalmente logro escuchar música y risas desenfrenadas hasta alcanzar el lugar descrito por mi bienhechora. 

En una explanada observo un templo esférico estilo romano. Al centro, un ara de oro labrado con figuras de sátiros de grandes falos erguidos acosando núbiles doncellas y pre púberes mancebos, sobre el que reposan un mantel de terciopelo carmesí y mullidos almohadones bajo los cuales se esconde la estaca de madera oculta por Lady Blanche.

Alrededor, hermosas creaturas liban sangre fresca contenido en cálices de oro. Imagino son vampiros como mis anfitrionas. Por todas partes grotescas mujeres desnudas entregan sus cuerpos deformes en una orgía interminable a seres monstruosos. En algunos rincones jóvenes vírgenes de mirada vidriosa permanecen en trance aguardando un destino impensable.

La música aumenta al igual que la danza desordena, las carcajadas y voces altisonantes. 

Mis celadoras me llevan hasta los pies del altar y todos enmudecen, volteando para mirarme. 

-Hermanos, este es el cordero del sacrificio- grita una de ellas, mientras su par me despoja de la capa, desata el cinto de plata que cae al suelo y suelta los broches de mis hombros, permitiendo que la túnica caiga a tierra dejándome totalmente desnudo a la vista de todos.

Viendo mi cuerpo tembloroso por el frío, la multitud grita, aplaude, lanza irrepetibles vulgaridades y continúan su celebración mientras las esclavas de Lady Mary me acuestan sobre los almohadones.

La música es ensordecedora, los quejidos y gemidos se hacen insoportables, el olor de inciensos me hacen girar la cabeza, pero logro mantener la calma y en un descuido palpar el instrumento liberador que reposa bajo mi cuerpo. 

A pesar del frío natural de la estación transpiro profusamente debido el calor producido por las antorchas que resplandecen de tal manera que se podría pensar estar en pleno mediodía.

Cuando la luna llena se emplaza en medio de la claraboya dispuesta en cenit de la cúpula de la glorieta aparecen las dos hermanas tomadas de las manos. 

Lady Blanche me mira con disimulo infundiéndome valor y hace una indicación a Milton que desnudo se aproxima con un gran cáliz constelado del que me hace beber un líquido viscoso y muy especiado que adormece un poco los sentidos, pero colocando su maño sobre mi pecho, en el lugar donde mi protectora sembró su amuleto a queda voz logra decirme –recuerde que está protegido-.

A la señal de su ama, las sirvientas voluptuosas comienzan a estimularme para provocar una fuerte excitación. Lady Blanche depoja a su hermana del lujoso traje negro que la cubre, siendo vitoreada por la concurrencia, mientras se levanta una enorme ventisca que hace tremar las flamas de las que se van desprendiendo sombras oscuras con formas semi humanas y grandes alas que van envolviendo a cada invitado, los cuales gimen y jadean, gozando el placer que les produce el inusitado encuentro sexual.

Lady Mary sonríe satisfecha mientras Lady Blanche se aparta del templo pocos instantes antes que un rugido animal retumbe detrás de mi cabeza y una sobra ciclópea con cuerpo humano pero provista de cuernos y enormes alas puntiagudas se proyecte sobre mi persona, haciéndome pensar por un momento que sería poseído como los otros, pero mi temor no es real,

En vez del macho cabrío que me reviste rugiendo y bramando, es Lady Mary la que me monta y con inusitada maestría prende mi sexo erguido que termina depositando entre sus piernas. 

Aterrado ciento como se agita sobre mí, cerrando los ojos y gritando de placer, mientras sus pares la imitan, entregados a una orgía desenfrenada con las sombras que las poseen. 

Y es durante uno de sus enviones, mientras su mirada está perdida en la palidez de la luna que la observa, cuando tomo la estaca de madera y con toda la fuerza que me es posible, la clavo en medio de su corazón.

Su grito es estrepitoso cuando la sangre espesa fluye indetenible manchándole el torso. Las creaturas de la noche y las sombras oscuras se detienen y separan quedando paralizadas por la escena. 

El macho cabrío brama y se desintegra en mil sutiles fragmentos mientras Lady Blanche aprovecha para volcar una de las antorchas sobre un camino de aceite que previamente había ordenado trazar alrededor del templo y los espacios circundantes. 

En segundos el fuego se extiende, todo arde convirtiéndose en un verdadero infierno que alcanza a muchas creaturas que vociferan desesperadas al sentir el fuego abrazador que les devora después que las sombras oscuras se disuelven en la nada. 

Entre las llamas, Milton me observa con dulzura y una dulce sonrisa en los labios. Cuando el fuego lo circunda solo logro ver cómo su índice me indica el castillo antes de caer desfallecido.

Impotente por no poder salvarlo y sin poder cubrir mí desnudes corro desesperado antes que el techo de la rotonda se desprenda y caiga sobre la cuerpo de Lady Mary y Milton que quedan sepultados.

Algunos seres logran escapar y yo alcanzo el castillo que encuentro en penumbras.

Pensando en que tal vez podría salvar la vida de Lady Blanche recorro los pasillos abandonados hasta encontrarla parada frente al retrato de su madre.

Su rostro está cubierto de lágrimas, su pecho desnudo y en su mano derecha aferra una estaca que, al verme, me ofrece.

No quiero lastimarla, pero sé que es inevitable. Tomo el arma homicida y la sigo. 

Silentes recorremos un largo pasillo hasta su estancia. Se recuesta sobre la cama endoselada y cierra los ojos.

-No te detengas por favor. Libérame como liberaste a Mary- dice con una voz casi imperceptible y vira la cabeza sobre la almohada de encajes que se empapa con sus lágrimas cristalinas.

Tomando un profundo respiro levanto el brazo armado y descargo un golpe mortal sobre el pecho tembloroso.

La punta penetra la suave piel, la sangre fluye a borbotones, pero ella no grita, no se queja, solo abre de par en par sus maravillosos ojos azules, alcanza a decir –Gracias- y tras cerrarlos, una hermosa sonrisa recorre sus labios.

Con su último estertor el castillo ruge con furia como lanzando un alarido mortal. 

Todo comienza a temblar, las paredes se agrietan, el techo se desprende y de la nada se desata un feroz incendio que en minutos se expande por toda la estructura.

La violencia del incendio es tal que no tengo tiempo de recobrar mis cosas. 

Salgo desnudo y corro hasta la fuente de Neptuno donde puedo presenciar el castillo en llamas, y cuando el fuego alcanza la punta de su más alta atalaya, una explosión me hace perder el conocimiento. 

Semanas después despierto en Londres, sobre la cama de un hospital. Las enfermeras me cuentan que fui dejado allí, abandonado a las puertas de la institución donde permanecí sin recobrar el conocimiento, y que una mañana volví a la vida llamando a Blanche y gritando que el castillo está en llamas. Pero nadie entendió a que me refería.

El día de mi salida me fue entregado un dije de gran valor. Al tomarlo entre mis manos los recuerdos regresaron de golpe. Recordé a Blanche, Lady Mary, Milton, el castillo, la protección en forma de cruz, la noche de walpurguis y… el dije.

-Era de ella- digo entre dientes. Me lo pendo al cuello y al bajar la mirada distingo en mi pecho la herida en forma de cruz que me sirve de protección.

No quise ver a mi familia, solo regresar a la campiña para buscar las ruinas del castillo, pero por más que lo intenté no logré encontrarlas. 

Frustrado emprendo el regreso a casa y al pasar por una aldea cercana entro en una cantina para tomar un poco de vino, pero antes de retirarme veo su retrato sobre la pared.

Extasiado por la visión el cantinero me saca del arrobamiento…

-Era hermosa, verdad?- pregunta

-Muy hermosa. Desde que la conocí no he podido olvidarla y dejado de lamentar su muerte, fui hasta el castillo pero no encontré sus ruinas-

El aldeano me mira con asombro y luego estalla en una sonora carcajada que contagia al resto de los parroquianos cuando en tono burlón replica mis palabras.

_Que la ha conocido dice usted!. Como puede ser posible. Lady Blanche murió hace trescientos años y del castillo maldito no queda ni una sola piedra. Milagrosamente solo se salvó este retrato que nadie quiso tener en su casa. Mis antepasados que tenían mucho que agradecerle lo conservaron aquí y desde entonces cuelga en esa pared. Amigo, el vino se le ha subido a la cabeza-

-No es posible. Solo hace unas semanas que permanecí encerrado en el castillo y vi cómo se destruía la noche de walpurguis-

-Bah… hombre. Déjese de historias. Lo tomarán por loco. Mejor regrese a su casa- agrega tomándome de los hombros y empujándome para que salga.

Ya en la calle, cegado por el resplandor del sol vespertino me siento a la orilla del camino y aferro el dije que me acompaña.

Años más tarde, casado y padre de dos niños, continúo pensando en ella. Su recuerdo me persigue, y a pesar que nunca más pronuncie su nombre ni relaté la historia puedo confesar que ciertas noches de luna llena, cercanas al final del mes de octubre, los recuerdos regresan, y creo revivir la fatal aventura con las dos hermanas y el castillo en llamas.












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