Por. SUROESTEonline_La Vie Charmant @cepq
El joven periodista y escritor venezolano, actualmente radicado en Italia, Tomás Marín resultó ganador del Segundo Premio en el Concurso de literatura de la Noble Villa de Portugalete con “Pide un deseo”.
Gracias a la cortesía del autor, hoy se los publicamos para que lo disfruten.
PIDE UN DESEO
-¿Vas a ir al cumpleaños de Benito?
-¿Cuándo cumple Benito?
-Pasado mañana. ¿No te invitó?
-Creo que no lo recuerdo, ahora que lo dices.
-Seguramente te habrá invitado. Benito te quiere mucho.
-De todas formas, creo que no iré.
-¿Por qué?
-Odio los cumpleaños.
-Pero si Benito es uno de nuestros mejores amigos.
-¿Y?
-¿Puedo saber por qué odias los cumpleaños?
-No es que odie los cumpleaños propiamente. Me parece bien que la gente celebre un año más de vida, aunque, sinceramente, no sé si hay mucho mérito en eso.
-¿Entonces?
-Lo que odio es todo ese proceso relacionado a las ceremonias y a las celebraciones.
-¿Las fiestas?
-Exactamente.
-¡Si las fiestas son lo mejor!
-No. Es recibir llamadas, visitas y felicitaciones de mucha gente que, a duras penas, sólo se acuerda de ti gracias a un recordatorio automático de internet.
-Supongo que la intención es lo que cuenta.
-Pero las fiestas tampoco son lo que me molesta.
-¿Entonces?
-Es ese momento de apagar las velas.
-Pero a mí me parece muy tierno. Es una tradición bonita.
-¿Sabes qué me marcó mucho?
-¿Qué?
-Mi cumpleaños número siete.
-¿Por qué?
-Recuerdo esa fiesta con una exactitud que, a veces, me da un poco de miedo.
-¿Algo en particular?
-Estaba todo el mundo a mi alrededor. Frente a mí estaba aquella tarta con siete velas rosadas.
-¿Y eso es tan terrible?
-Todos cantaban. Yo estaba ahí parado, con un cono de cartón de fiesta en la cabeza, sin saber qué hacer.
-Es cierto que ese momento es un poco incómodo.
-Cantaba mi tío, estaba borracho como un alambique. Me caía tan mal.
-¿Por qué?
-Se creía tan gracioso. Y, tomado, se creía aún más gracioso. Pero no le hacía gracia a nadie. Pero nadie se lo decía por lástima.
-Hay uno en cada familia.
-Cantaba mi abuelo. Casi no tenía voz, pero le ponía mucho empeño, o lo disimulaba muy bien. Yo sentía que él prefería estar descansando en su cama, en vez de estar ahí cantando esa cancioncita idiota.
-La gente mayor ya no está para perder el poco tiempo que le queda.
-Fue precisamente el tiempo lo que se me detuvo en aquel momento.
-¿Sí? ¿Por qué?
-Una voz salió de entre la multitud, de entre esa pequeña multitud que me rodeaba, y, al finalizar la canción, me dijo tres palabras que nunca podría olvidar.
-¿Cuáles?
-“Pide un deseo”.
-¿Eso es todo?
-Sí.
-Pero si eso es lo más normal del mundo.
-Puede ser, pero a mí nunca nadie me había dicho que había que pedir un deseo.
-¿Y qué pediste?
-Es algo complicado.
-No es complicado. Es sólo desear mucho algo y, con el corazón, aspirar a que se haga realidad.
-¿Te acuerdas de mi padre?
-Sí.
-Él estaba muy enfermo en aquel momento.
-¿Estaba en tu fiesta de cumpleaños?
-No. Estaba postrado a la cama.
-¿Qué era lo que tenía?
-Una enfermedad que se lo iba comiendo poco a poco, que le iba deteriorando el cuerpo y la mente.
-Pobre.
-Debía comer con ayuda, ya casi no podía caminar, todo el día se quejaba del dolor.
-Supongo que deseaste que se curara.
-Sí. Por un momento.
-¿Cómo que por un momento?
-Había algo que yo había visto en la televisión, algunos días antes, que deseaba con todas mis fuerzas.
-¿Qué era?
-Era la nueva consola de videojuegos que había salido al mercado.
-¿Y qué tenía de especial esa consola?
-El comercial aseguraba que era veinte veces más divertida y genial que la consola anterior, de la que también habían dicho que era veinte veces más divertida y genial que la anterior.
-La misma historia de siempre.
-Además, todos mis amigos tenían aquella consola. Yo no quería ser el único que no la tuviera.
-¿Y tú papá?
-Yo quería que se curara.
-Es lógico.
-Él había sido muy bueno conmigo, siempre lo había sido, aunque no estuviera con nosotros en aquel momento por culpa de la enfermedad.
-Tú siempre me hablas bien de él.
-Yo lo quería mucho. Y él me quería mucho a mí.
-¿Entonces sí deseaste que se curara?
-Bueno, yo…
-...
-¡El comercial aseguraba que la consola era veinte veces más divertida y genial!
-¡Pero era la vida de tu papá!
-¡Papá se moriría de todas formas!
-¿Cómo se iba a morir de todas formas?
-La gente se muere, ¿no? Tarde o temprano.
-Es cierto, pero…
-Yo pensé que, si deseaba la consola, al menos podría pasar mi luto jugando.
-¿No pensaste en tu papá?
-Pensé que él sería feliz sabiendo que su hijo huérfano tendría la mejor consola del mercado.
-No sé qué haría si te hubiese escuchado pensar así.
-Quizás ya no hubiese sido tan bueno conmigo.
-¿Y al final?
-Al final, luego de ese instante que se me hizo tan infinito, soplé las velas.
-¿Pediste tu deseo?
-Con toda el alma.
-¿Se te cumplió?
-Minutos después, mamá sacó de debajo del sofá una caja envuelta en papel de regalo.
-¿Una caja con qué?
-Con la consola que yo quería. Era obvio que la había comprado de antemano, pero yo llegué, en aquel momento, a creer genuinamente que los deseos se cumplían en la vida real.
-Por lo visto, a veces es mejor que no se cumplan.
-Recuerdo cuando encendí la consola por primera vez. Estaba alucinando con esos mundos y esos gráficos repletos de colores brillantes y de aventuras fantásticas. Pero entonces llegó mi mamá con la cara triste diciendo que había que ir al hospital a despedir a papá. Yo sabía que había pedido el deseo correcto, aunque la culpa me atormente hasta hoy.
T.M.
Foto. Cortesía
Thanks. Licdo Tomás Marín y Licda. Ana Teresa Delgado de Marín
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