viernes, 30 de diciembre de 2016

ESPECIAL NAVIDAD: EN BUSCA DE LA AURORA BOREAL



ESPECIAL NAVIDAD:

POR: ANA TERESA DELGADO DE MARÌN
DIBUJOS: TOMÀS ANTONIO MARÌN


En la enigmática y fascinante Islandia, en Hallgrímskirkja, muy cerca de Reykjavik, vivían dos niños encantadores: Asbjörn y su hermanita Halldis, hijos de una pareja de padres trabajadores, quienes siempre les habían brindado amor e inculcado el respeto, el estudio y la superación. Se habían criado felices en aquellas tierras gélidas, rodeados de lagos y volcanes, y sentían una admiración fuera de serie y una gran curiosidad por las auroras boreales que, durante ciertos meses del año, coloreaban el cielo.

Ambos se preguntaban siempre: ¿qué hay detrás de cada aurora boreal?

Como todos los niños del mundo, Asbjörn y Halldis amaban la Navidad y sus tradiciones. Les gustaba hacer pequeños ositos y caballitos de madera, los cuales pintaban de colores vivos y repartían entre sus compañeros de escuela durante las fiestas. A partir del 12 de Diciembre, y hasta el 24, colocaban sus zapatos para que los Trece Viejitos de la Navidad fueran colocando, noche tras noche, pequeños juguetes dentro de ellos y luego, en Nochebuena, esperaban la llegada de los regalos mayores.



La tradición de los Trece Viejitos es una de las más bellas de Islandia, pues, según cuentan, estos hombrecitos son hijos de Grýla y Leppalúdi, quienes eran troles y antiguamente bajaban de las montañas para hacer travesuras y robar los objetos favoritos de los niños, pero sus hijos cambiaron la historia y, en vez de robar, más bien traen ahora sorpresas para cada niño, siempre y cuando se porten bien, pues, si un día se portan mal, su zapato estará vacío.

Todas las noches, antes de dormir,Asbjörn y Halldis miraban extasiados, desde sus ventanas, a las auroras boreales. “Allí tiene que haber algo”, y con sus pequeñas cámaras trataban de fotografiarlas, y unas veces con creyones, y otras con pinceles, las plasmaban en sus cuadernos.

La noche del 23 de Diciembre, los simpáticos hermanos, cuando se cercioraron que sus padres dormían, se escaparon por una de las ventanas, muy abrigados, y caminaron no muy lejos a la orilla del lago, para seguir viendo a sus auroras.

-¡Hola! , les digo una vocecita

Al voltear, se encontraron con un niño de unos 11 años, de cabellera multicolor como el arcoíris y enormes ojos verdes.

-“¿Quién eres tú?

“Hakòn, y vengo a resolver sus dudas”

-¿Hakòn? ¿Cuáles dudas?

-“Los llevaré a conocer los secretos de las auroras boreales, vengan, vengan conmigo”

-“No podemos, dijo Asbjörn, no tenemos permiso de nuestros padres, más bien nos escapamos, escondidos, al lago”

-“Ya no hay vuelta atrás”, replicó Hakòn, “La curiosidad de ustedes debe ser complacida, vamos a viajar”

Y, de pronto, los tres niños se vieron envueltos en una especie de remolino ascendente que cada vez subían más y más. A su alrededor escuchaban una especie de “shhhh”, un sonido mágico; y veían pasar, a su alrededor, a diminutos cometas que corrían juguetones.

Siguieron en ascenso hasta que:

“Ya llegamos” dijo Hakòn, y se encontraron a una enorme puerta en medio de la nada.

“Toc, toc, ya llegamos”, gritó Hakòn, “Traigo a nuestros visitantes”, y otro niño, de cabellos multicolores, abrió la puerta.

“Bienvenidos, soy Johann”

Al entrar, Asbjörn y Halldis quedaron asombrados. Una enorme fábrica de juguetes se mostraba ante ellos: muñecas, carruseles, ositos de felpa, carritos de madera, caballitos, arlequines, y, junto a ellos, muchos niños de cabellos multicolores terminaban de colorearlos y arreglarlos. 

También pintaban delicadamente cada juguete, pero luego jugaban con el resto de la pintura, se la lanzaban entre ellos y, muchas veces, hacia arriba y esa pintura traspasaba el tenue techo y seguía hacia el cielo, coloreando parte de él con diversos matices.

“¡Ven!”, dijo Hakòn”. “Ése es el secreto de las auroras boreales, un simple juego que va pintando los cielos escandinavos. Nosotros recibimos órdenes desde muy arriba para fabricar juguetes para esta parte del mundo, comenzamos a trabajar desde varios meses antes y, desde luego, nos justa jugar. Amamos hacerlo y le damos colorido al cielo. Esos climas allá abajo son muy fríos y grises, ¿se imaginan un cielo gris, sin color?, por eso jugamos y pintamos juguetes y cielos”

“¿En dónde estamos?, ¿en otro planeta?”, preguntó Halldis

-¿Qué crees tú?, estás en la tierra de los príncipes de las auroras boreales, algunos pocos kilómetros encima de ustedes, y tratamos de hacer realidad los sueños de quienes actúan bien. No revelen a nadie este secreto. Como nunca vimos a nadie tan interesado como ustedes en saber que había detrás de cada aurora, decidimos traerlos. Por favor, siempre pórtense bien, y más aún cuando crezcan, eso les será recompensado algún día. Es hora de irnos”.

De nuevo se vieron dentro de la especie de remolino, pero esta vez bajaban y bajaban. Al llegar de nuevo al lago, Hakòn les dijo:

“Recuerden, pórtense bien, y más aún cuando crezcan, no engañen a nadie, no traicionen, no rompan sueños, sean personas de bien” 

Asbjörn y Halldis, emocionados caminaron rápido hacia su casa y, al llegar, vieron la figura de trece diminutos hombrecitos que salían apresurados.

“¡Los Trece viejitos de la Navidad!”, gritaron al unísono.

La noche del 24 de Diciembre realmente fue mágica. Las auroras boreales estaban más abundantes y hermosas que en otras noches, el árbol navideño lucía repleto de regalos y, al abrirlos, reconocieron muchos de los juguetes que habían visto en aquel lugar hermoso al lado de Hakòn, Johann y los otros príncipes de la aurora, quienes les habían confesado que el color de sus cabellos era producto de tanta pintura que les caía durante los juegos.

Asbjörn y Halldis crecieron y se convirtieron en un hombre y una mujer de bien, y contribuyeron al engrandecimiento de su país. Y cada vez que veían las auroras boreales sonreían, recordando que sólo ellos conocían el secreto.


 

 

 

 

 



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