Info. Licda. Acela Santamaría
Por. Gustavo J. de Cisneros Rendiles
Photo. Courtesy
Dedicado a su viuda: Mireya Blavia de Cisneros, y sus 9 hijos: Marisa Bianca, Mariella, Claudia, Carmen Elena, Camila Roxana, Alfonso Olaf, Oswaldo Antonio, Laura Gissel y Carla Giovana.
Quiero a través de estas sencillas, pero muy sentidas palabras, tributarle un sincero y emotivo homenaje a mi querido primo Oswaldo. La historia de Oswaldo se entrelaza con mi vida personal, empresarial, y con la historia de un país y del gran proyecto que fue Venezuela. El vacío que deja en nuestras vidas es inmenso, inconmensurable, y el luto lo compartimos su familia, sus amigos, sus colegas, y de alguna manera la cultura empresarial venezolana, en la cual brillaba con luz propia.
Oswaldo tuvo que asumir una vida ardua, intensa y plena en todos los sentidos, y fue un incansable hombre de acción, con los pies sobre la tierra. Su inteligencia y saber hacer encontraba un contapunto en su imaginación poderosa, que le servía de guia en sus aventuras empresariales. Me permito un breve recuento de la vida y los logros de Oswaldo, para recordarlo, y también para luchar contra el olvido que en nuestro país se extiende por diversos motivos y contra el cual debemos luchar todos.
Oswaldo era hijo de Antonio José J. de Cisneros, el hermano mayor y gran compañero de mi padre Diego J. de Cisneros y de Carmen Fajardo Fajardo, de cuyo enlace nacieron cuatro hijos: Oswaldo, Milagros, Caridad y Linda. Desde temprano, luego de la muerte de su padre, el mío comenzó a entrenar al pequeño Oswaldo como si fuera su propio hijo para en algún momento tomar las riendas del negocio Pepsi-Cola. De esta manera mi padre rendía homenaje a la autoría inicial de su hermano mayor.
Después de cursar estudios en Babson College en Boston, Estados Unidos, Oswaldo retorna al país para iniciar su trayectoria en la industria y en el empresariado venezolano. Luego del fallecimiento de mi padre en 1980, Oswaldo, mi hermano Ricardo y yo, quedamos al frente del manejo y operación de Pepsi-Cola con 21 embotelladoras a lo largo y ancho del país, más de 40 depósitos y 3 empresas de enlatado, además de otras empresas como Concentrados Nacionales (Hit, Frescolita y Chinotto), Gaveras Plásticas, Liquid Carbonic de Venezuela, Central Portuguesa, Tapas Coronas de Venezuela y Helados Tío Rico.
A pesar de muchas dificultades y viscitudes, conseguimos sacar adelante las empresas, y en 1987 cumplimos nuestra meta de consolidar la mayoría absoluta y control de ellas dentro de nuestra familia.
Los tres nos complementamos en personalidad y knowhow, formando un nudo fuerte en el centro del grupo desde el cual conseguimos abrir muchas puertas para el grupo y para el país. Oswaldo llegó a ser el adalid de formidables proyectos que ejecutaba con rigor, maestría y meticulosidad. Lo recordamos como timonel y fundador de empresas. Manejó con acierto las empresas que quedaron luego de la venta de Pepsi-Cola, entre ellas Central Azucarero Portuguesa, Produvisa, y Tapas Coronas; incursionando luego en Telcel, la mayor compañía de telefonía celular del país, y luego Digitel, convirtiéndose en uno de los empresarios más sólidos de Venezuela.
No se puede rendir un verdadero homenaje a Oswaldo sin resaltar muy especialmente una de las más brillantes y destacadas operaciones en el mundo empresarial tanto nacional como internacional que llevamos a cabo Oswaldo, Ricardo y yo. Sin previo aviso, entramos en negociaciones con Coca-Cola Company, y finalmente el 16 de agosto de 1996 dimos un sorprendente giro de Pepsi a Coca Cola. Posteriormente, el 14 de mayo de 1997 confirmamos el segundo golpe financiero en diez meses, anunciando la venta a Panamco (Panamerican Beverages Inc). Finalmente, en abril de 2003 se aprobó la fusión de FEMSA y PANAMCO. Con esta transacción, los tres cerramos en forma definitiva y de manera exitosa una parte importante de nuestra vida empresarial en Venezuela, que se remonta a 1940 cuando PEPSI-COLA Internacional concede a Diego y Antonio Cisneros la franquicia exclusiva del mercadeo y venta de sus productos en Venezuela. A la par cumplimos, con creces, las obligaciones patrimoniales que heredáramos de Diego y Antonio.
Puedo asegurar que él era una pieza fundamental en el Think Tank de nuestro Grupo. Constituíamos un cerebro pensante colectivo, dentro del cual bullían las visiones de cercano, mediano y largo alcance. Era un motor que nunca se paraba porque él era imparable, hasta lograr el objetivo señalado como meta.
No le arredraban los obstáculos ni los muros infranqueables y mucho menos aquellos perniciosos comejenes de la rutina de cada día; los obstáculos y muros más bien lo incentivaban, porque ¨hacer y crecer creando¨ se había convertido dentro de él en una segunda naturaleza, que lo divertía renovando incansablemente todo lo que se había encogido u ocultado bajo el disfraz de lo viejo y de lo inútil.
Tuvo nueve hijos de los cuales adoptó a siete, tremenda pero irresistible responsabilidad invirtiendo su propio amor en educarlos, formarlos, proporcionarles carrera con visión de futuro. Una vez alcanzado y cumplido su compromiso los lanzó a la vida, perfectamente preparados para seguir y continuar haciendo huella, que era su vocación de vida.
Él, a mi sereno juicio, era un hombre cabal, emprendedor, excelente compañero, inmejorable y envidiable maestro de vida. Supo ser hábil en conquistar el afecto, palmo a palmo, de quienes convivían con él y de quienes trabajaban a su lado. A todos ellos los distinguió con un trato proverbial. Atrajo a miles de hombres y mujeres jóvenes con su poderoso magnetismo que, inspirados por su ejemplo, dirigen hoy y continúan construyendo el más firme conglomerado empresarial del país.
Su perseverancia podría ser tildada de terquedad por alguien que no conociera a fondo su personalidad. No fue terco por la sencilla razón de que la tozudez conduce a la ceguera y al fracaso, mientras que la perseverancia siempre produce abundantes frutos y óptimas cosechas. Sus éxitos empresariales hablan a voz en cuello de su inaudita perseverancia, todo lo que tocaba lo hacía para que fuese mejor y para que sirviese al bien.
Oswaldo conquistaba corazones y amistades; por eso le honraban buenos amigos, excelentes seres humanos. Su exquisito trato era una característica esencial de su caballerosidad y trato humano. Era transparente y mantenía una palabra de honor cual caballero medieval, ya que para él un sí era un sí y un no, era un no. Por eso se le requería y su amistad honraba a quien fuese objeto de ella.
Ahí están sus obras, sus empresas, sus compromisos. Fue un empresario comprometido y con un gran amor por Venezuela, su visión como hombre de negocios y su calidad humana, permitieron que miles de personas se vieran beneficiadas; gracias a sus ganas de fomentar el talento en el país y con gran sentido social, sus entregas, sus ayudas discretas a miles de personas que recurrieron a él en tiempos de necesidad, sus numerosísimas filantropías privadas al servicio de la comunidad, mediante acciones directas y a través de fundaciones; una de ellas es la muy conocida Venezuela sin límites, presidida por su esposa Mireya Blavia.
Oswaldo, puedes irte tranquilo y satisfecho. Cumpliste tu misión en esta tierra. Ahora te toca gozar de los premios que te aguardan en la morada divina. Nutrimos la esperanza de que tu alma haya logrado el descanso que se merece todo hombre honrado después de una vida larga, trabajosa y fructífera. Te deseamos la paz eterna y que tu luz brille para siempre.
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