CUENTO DE HALLOWEEN.
Por. Claudio Emilio Pompilio Quevedo
Imagen. Layers of Fear portraits of wife by Andrzej Dybowski
"Ten cuidado con lo que ves en el espejo
porque ese reflejo puede ser
el de tu propia alma"
CEPQ
La deforme figura permanecía de pie, inmutable y silente, frente al barroco espejo dorado, concentrada en el terrible reflejo que este le devolvía.
Poco tiempo atrás, “recordaba”, había sido una mujer joven y bella. Una doncella requerida por los mozos casaderos más importantes de la región, quienes en más de una ocasión no dudaron batirse en duelo para ganar su favor, siendo siempre rechazados con frialdad y sin ninguna explicación, hasta la fatídica noche en que todo cambió para ella, y su vida, luminosa y alegre hasta entonces, se vio transformada en la peor de las pesadillas, una, de la que aún no ha podido despertar.
Para los moradores del condado, Victoria, última hija del conde de Well y su única sobreviviente, siempre será recordada con una mezcla de dulzura y horror- Una pequeña gentil, una niña alegre que amaba jugar con todos sin distinción de clases sociales y sin el distanciamiento que su alta posición imponía. Un ser luminoso que con los años fue transformándose en una graciosa señorita y que al culminar la adolescencia dio origen a una mujer de inconmensurable belleza, calco fiel de su madre Lady Leonora, fallecida trágicamente durante su alumbramiento, un ya lejano mes de abril, en medio de una cerrada noche de walpurgis. Pero que tras un fatídico encuentro se transformaría en un monstruo temido y aborrecido por todos.
Tras la muerte de su padre, Victoria debió ocuparse de todo aquello que hasta entonces le era desconocido. Administrar el enorme castillo de Well, hogar ancentral de su familia, donde ella habitaba sola, en compañía de la servidumbre. Las fincas de producción agrícola y pecuaria, las inmensas plantaciones de algodón en sus dominios del sur de las antiguas colonias inglesas, y muchos otros negocios que diariamente incrementaban la ya inimaginable fortuna familiar.
Independiente y decidida, la joven Lady decide tomar las riendas de su vida y de su fortuna, contrariando el deseo y costumbres de su familia paterna, quién ven en ella un peligro para sus cómodas existencias, al ser hasta la muerte del viejo conde, parásitos que a semejanza de las sanguijuelas del viejo Dr. Thorne, libaban la sangre del jefe de la familia, quién siempre veló por todos, satisfaciendo hasta sus más extravagantes deseos.
Pero la nueva heredera no parecía bien dispuesta a continuar con las dádivas, así que de alguna manera debían encontrar como frenarla y neutralizar cada una de sus acciones.
La mejor manera, según el secreto consenso de todos era casarla con algún mozo que fuera lo suficientemente débil para manejarlo a placer, y con este objetivo, Lord Nelson y Lady Agata, hermanos del difunto, se dan a la no fácil tarea de componer una lista y estudiar los perfiles de todos los que ellos consideraban posibles candidatos a esposo de su incómoda sobrina.
Con la sagacidad de un sabueso y la ayuda de un par de investigadores, logran desenredar la intrigada madeja que cubre algunas fichas de su juego.
Varios prospectos fueron descartados de inmediato hasta que, como por una inspiración divina aparece el hombre ideal.
Lord Eduard de Notthurlan, joven marques arruinado, famoso por sus dotes de seductor y libertino, pero con una débil personalidad, fácilmente influenciable era la ficha ideal, el futuro ejecutor del plan de dominación.
Puesta en marcha la componenda, Lord Nelson viaja a Londres para reunirse con el turbulento personaje, que encuentra en una taberna de mal talante, semi escondida en los bajos fondos de la ciudad.
El lóbrego tugurio de escasa iluminación y aire insoportable era la guarida ideal para dar rienda suelta a los más bajos instintos sin ser reconocido o al menos juzgado, donde seres anónimos, pertenecientes a las más diversas clases sociales se convierten en miembros de una misma manada, entre nubes de opio, tabaco y perfume barato. .
Sumergido en un mar de cuerpos anónimos donde el género era lo que menos importaba, Lord Eduard permanecía desnudo, acostado sobre la espalda de una rolliza pelirroja, con los ojos vidriosos, mirando fijamente el percudido cielo raso, una copa con restos de asenta en la mano derecha y una pipa de opio en la izquierda.
Tratando de hacerse paso entre los cuerpos Lord Nelson se quita la capa y cubre al muchacho, al que ayuda a incorporarse y caminar hasta uno de los privados del lugar.
Con tono autoritario manda a buscar café y sin pensarlo dos veces, golpea repetidamente el rostro del aristócrata con el fin de hacerlo espabilar.
Regresándole a la realidad, aunque obnubilado por la noche de excesos, el viejo expone al joven sus planes que, a pesar de su estado, de inmediato se percata de las bondades de la inusitada propuesta, misma que termina aceptando sin condiciones.
Poco después, los conjurantes manchan abrazados, arropados por el signo de una secreta complicidad perdiéndose entre la bruma de la ciudad que comienza a despertar.
Días después, Lord Eduard sería presentado a la bella Victoria.
Vivaz pero inexperta de inmediato sucumbe como muchas otras, a la letal fascinación del rubio aristócrata, cautivada por sus rizos dorados, ojos azules, labios rosados y estudiadas palabras.
Pocas semanas bastaron para hacerse inseparables.
Eduard, huésped en la Mansión de la familia Well, la encontraba cada tarde para dar largas cabalgadas o calentarse frente a la gran chimenea de la biblioteca donde conversaban por horas acompañados de humeantes tazas de té.
Un compromiso normal y tradicional a la vista de todos los que ignoraban que, las frecuentes escapadas de Eduard a la capital eran para dejarse arrastrar por los instintos más bajos en los lugares más sórdidos del Londres victoriano.
Aún sin desposarse, Victoria comienza delegar funciones en el prometido que poco a poco comienza a controlar su vida y su fortuna, mientras ella se dedica a los preparativos de la boda, envuelta por la ficticia felicidad que le hacía sentir su próximo marido, sin apenas sospechar el horrible destino que le esperaba.
Pero la burbuja de dicha en la que Victoria se había recluso y que la hacía ciega a una realidad que ya muchos notaban no tarda en romperse cuando en la misma noche de bodas, sorprende al nuevo señor del castillo de Well, totalmente ebrio, retozando plácidamente entre los brazos de una de las doncellas.
Humillada y enardecida, Victoria se impulsa como una fiera herida para luchar con la sierva por aquel que considera suyo, pero es de inmediato repelida, maltratada y expulsada de la estancia por el mismo que pocas horas antes le juraba fidelidad y amor eterno frente al gran crucifijo de oro de la Capilla Palatina.
Un irreconocible sentimiento de odio profundo va quemando las entrañas de la desdeñada mientras asciende entre sollozos por los fríos escalones que la conducen a sus nupciales aposentos, los cuales destruye con una ferocidad tal que al final la hacen desvanecerse, agotada por la descarga de adrenalina.
La mañana la sorprende tirada en medio de la recinto desecho. Eduard, desnudo y con los ojos inyectados de sangre la encuentra llorando con el rostro vuelto al suelo, y sin ninguna misericordia se le aproxima, le rasga el vestido y se le tira encima como un animal en celo.
Ella lucha tratando de apartarlo, pero los fuertes brazos varoniles la inmovilizan, y aprovechando una imperceptible pausa, éste la desflora entre angustiados gritos de dolor.
La servidumbre se congrega frente a la puerta de su señora, paralizados por la angustia y aterrados por los gritos y llamados de auxilio de la desposada, pero ninguno osa penetrar en la recamara, menos cuando Lord Nelson aparece y con una sádica sonrisa les dispersa, ordenándoles volver a sus quehaceres, mientras extrae un largo cigarrillo de su pitillera de oro y con parsimonia fuma haciendo anillos de humo en el aire hasta que el asaltante sale de la habitación con visibles manchas de sangre sobre su miembro y bajo vientre.
Los dos hombres se miran fijamente, con altivez, cómplice satisfacción y malévola mueca, hasta que sin decir una palabra toman direcciones opuestas, mientras en la alcoba, Victoria yace tumbada sobre la espalda en medio de un pequeño charco de sangre.
Por horas permanece inmóvil, con la mirada perdida entre coloridos frisos y los brillantes destellos de la monumental araña de cristal cortado que pende en medio del techo y se proyecta hacia el suelo dándole la impresión de ser un proyectil que en cualquier momento se desprenderá y acabará con su vida.
Pero no fue así!.
Vencida y enloquecida, la vida de Vctoria no volvería a ser la misma.
Las primaras semanas de matrimonio impotente podía ver como su marido gozaba del favor sexual de casi todas sus empleadas domésticas e incluso podría jurar que de algunos jóvenes lacayos, pero con el correr del tiempo, un obscuro pensamiento comenzó a cruzar por su cabeza.
Fuera de sí, por horas interminables se encierra en la biblioteca y consulta gruesos libros, antiguos tomos de botánica.
A hurtadillas sale del castillo y se dirige a una villa cercana donde amparada por un grueso albornoz compra enceres y plantas desconocidas con las que comienza a experimentar hasta finalmente, destilarlas y mezclarlas para procurarse de un potente venenoso, famoso en la antigüedad por la virtud de ser letal y no dejar rastro.
El dolor la había trasformado Ahora era una mujer vengativa que buscaría a todo costa acabar con todo aquel que ocupara su puesto en la cama del marido, es así que, cada vez que Eduard, aturdido por el alcohol y la droga yacía con alguna doncella o un mancebo, el objeto sexual inesperadamente comenzaba a enfermar y morir misteriosamente.
Mirándose en su espejo dorado, con cada muerte, Victoria rebozaba dicha y satisfacción al ver cumplida su venganza. La justa punición al marido infiel y a los criados desvergonzados.
Y esta era una acción que se repetía cada vez con más asiduidad, al punto de comenzar a levantar voces de alerta entre las gentes de la villa, quienes alarmados no comprendían el terrible destino de los que formaban parte del servicio del viejo castillo.
A poco más de dos años los muertos se contaban por decenas. Los moradores del poblado hablan del castillo maldito y de la maldad de sus moradores, advirtiendo a los extraños de no acercarse.
Eduard, inconsciente por sus excesos no imagina que las acciones de las que hablaba la gente del pueblo pudieran atribuirse a su repudiada esposa hasta que una noche de extraña sobriedad alcanza verla vertiendo dentro de una jarra de vino destinada a la sirvienta con la que recientemente había dormido, el obscuro contenido de una botellita de plata que escondía entre los encajes de la manga de sus vestido.
Pocos días después la muchacha era encontrada muerta en el puente cercano a la fortaleza.
Dominado por el opio Eduard y Victoria se enfrentan en una frenética confrontación, hasta que él, aprovechando un descuido de la dama la hiere en el rostro desfigurándola para siempre.
Con la perdida de la belleza y el final abandono del marido quién, días después es encontrado muerto, colgado de una viga, en una pensión de Bristol, Victoria termina de enloquecer.
En las noches de luna llena, tras peinar su largo cabello negro, mirando fijamente el reflejo de su espejo, que le grita en cara su mostruosidad, cuando el nocturno astro celestre ilumina los caminos solitarios, cubierta por luctuosos ropajes, ordena a su ultimo lacayo, el fiel Pierre, que la conduzca a las calles de Londres, donde da cacería a jóvenes de dudosa reputación que atrae a su lujosos carruaje con el sonoro tintineo de monedas de oro contenidas dentro de un saquito de ostentoso terciopelo negro.
La suavidad del refinado satín rojo que cubre el interior de la carroza y un fuerte perfume de jazmines será lo último que verán las desgraciadas invitadas quienes tras libar un poco de champaña y recibir el pago previo por sus favores sienten en el rostro la fría hoja de una afilada navaja que desgarra su mejilla derecha hasta los labios.
Horrorizadas, casi como en una película repetida, las miserables se llevan las manos al rostro ensangrentado y gritan de terror cuando siente una punta que les atraviesa el pecho arrebatándoles la vida.
Sedienta de sangre, Victoria es conducida a un viejo molino, como en un ritual Pierre colocará el cadáver sobre una abandonada piedra de moler donde le despojará de las enaguas y ropa interior dejando a la vista el pubis de las víctimas, en la espera de su verdugo.
Con ojos enloquecidos la condesa contempla su obra, sonriendo de deleite mientras entierra una gruesa navaja en el órgano sexual de su víctima, el cual destaja sin misericordia provocando la afluencia de un torrente de sangre que le bañará los lujosos botines de seda recamada.
Cando la hemorragia se detiene la homicida baja el arma y regresa a su carruaje donde cae dormida en medio de un sopor irreprimible del que despertará, horas después, acostada sobre las delicadas sábanas de seda de su cama con baldaquino, sin recordar nada de lo ocurrido y sin saber que Pierre habría recogido el cuerpo destrozado que luego lanzaría al Támesis, para ser encontrado tiempo después por la policía, que confundidos se formulan mil conjeturas, sin encontrar respuestas.
El castillo de Well nunca volvió a ser el mismo. La familia de la condesa prefirió abandonarlo mientras disfrutan de su legado sin ningún tipo de frenos, mientras ella, perdida en sus tortuosos recuerdos repite en algunas noches de luna el macabro ritual de asesinar alguna prostituta desprevenida en las calles solicitarías
En el pueblo la gente dejo de mencionar a la familia del conde, solo pueden hablar mal, y temer cada vez que el carruaje de la señora pasa por sus calles solitarias. Pero entre algunos, los más valientes, se corre la historia que la deformada condesa, noche tras noche mira su horrible reflejo en un espejo dorado, mientras repasa mentalmente cada uno de sus crímenes y piensa en la próxima desventurada que se atravesará en su camino..
Italia. Halloween 2018