El árbol.
Por Claudio Emilio Pompilio Quevedo
Dedicado a mi amada hermana Amira Lucrezia Lamour, quién por años ha presentido una presencia inexplicable en un árbol del camino.
Photo. Courtesy
Amira pasaba todos los días cerca de él, y una extraña sensación le recorría el cuerpo.
No sabía porque, cada vez que entrenaba o paseaba, algo la hacía mirar siempre en la misma dirección produciéndole invariablemente un tremendo escalofrío.
-¿Que me pasa?- se pregunta al sentir la piel enchinada y los finos vellos erizados, llegando a su mente extraños fragmentos de imágenes irreconocibles por ella. El árbol, una sombra...
Aún así trata de no prestar la mayor atención y seguir su camino, dispuesta a no dejar que algo desconocido la perturbe, robándole la tranquilidad que tanto busca.
Así van pasando los días, las semanas e incluso los meses, acrecentando la incomodidad en las tardes de otoño, cercanas a la noche de Halloween.
Para Amira la extraña fascinación por aquel árbol centenario no se aleja de su mente. Lo sueña en las noches, cuando el frío le cala los huesos, así que dispuesta a enfrentarse contra aquello desconocido, decide acercarse para ver qué ocurre.
Halloween está en pleno apogeo. Amira regresa de una fiesta maravillosa donde bailaban los muertos con los monstruos en una especie de aquelarre moderno.
Extrañamente no quiere permanecer en el jolgorio, como en otros momentos lo haría hasta el amanecer.
-¡Debo irme!,- piensa de repente, y como impelida por una fuerza invisible, toma su abrigo y sale apresurada de la lujosa villa donde sus amigos se divierten-
-¿Amira, Amira... adonde vas!- escucha tras ella sin prestar atención.
Su frente arde, debe escapar, salir de allí, el aire la ahoga y hace sentir que perderá el conocimiento.
Como una autómata abre la portezuela del auto, entra y lo enciende con rapidez, pisando el acelerador sin perder un minuto, iniciando una carrera desquiciante, como si estuviera invadida por algún ente incorpóreo que la hace actuar de manera errática.
En su febril carrera no presta atención a las luces de cambio, la máquina vuela sobre el pavimento humedecido, dando giros vertiginosos que podrían ser mortales para conductores sin experiencia.
De repente, su mente se nubla, la radio se enciende y deja escuchar una vieja canción. Un tema antiguo, de tiempos de la guerra, que a ella le parece extrañamente conocido.
El camino comienza a desaparecer entre la intensa niebla que se traga el pavimento y oscurece la carretera que pierde sus luces.
Sin comprender lo que ocurre, la bailarina se mira al espejo y un sentimiento de terror le recorre la espalda al no reconocer su propia imagen. El retrovisor refleja a una mujer semejante a ella, pero rubia platinada. Con un elaborado peinado, joyas rutilantes, que parece más a una pin up que a una artista del 2018.
Con un reflejo involuntario frena de repente, y deja caer su rostro sobre el volante, que se humedece con las copiosas lágrimas que brotan de sus ojos cuidadosamente maquillados.
El silencio es total. Solo siente frío en medio de la oscuridad.
Trastabillando abre la puerta y desciende del auto. Bajo sus altas zapatillas de satín negro siente los pedruscos del camino y se da cuenta que ya no está en la carretera.
Prueba a mirar alrededor, pero no logra percibir más que la espesa neblina que la envuelve como una pesada manta, hasta que poco a poco se va abriendo un claro entre el cielo y de las espesas nubes comienza a brillar la luna llena, grande y esplendente, mientras a lo lejos se escuchan las campañas de la iglesia anunciando las once de la noche.
Con su mano enguantada, trata de aclarar la vista, restregando sus delicados dedos sobre los párpados cansados, para encontrarse ante la terrorífica imagen del árbol que la inquieta.
Incrédula se acerca lentamente; hipnotizada por sus ramas desnudas, movidas por el viento, que no puede dejar de mirar con una especie de morbosa fascinación.
Las voces de un grupo de hombres la sobresalta e instintivamente trata de ocultarse. Eran partisanos llevando a un prisionero que habrían de ejecutar.
-¡Gunther!- murmura la muchacha, al reconocer a su novio.
Los verdugos se aproximan al tronco del árbol, atando al joven prisionero de cabellos dorados que desesperado grita en alemán.
Los crueles verdugos se burlan e insultan a su víctima mientras la desnudan y golpean con el fondo de sus armas.
Andrea quiere intervenir, tratar de parar el martirio de su amado, gritar que están equivocados, que si bien es cierto el muchacho es alemán, nunca ha estado a favor de la guerra, pero no logra hacerlo, está paralizada.
Desde la distancia, impotente, la desventurada consigue distinguir el rostro cubierto de sangre del joven estudiante de arte. Paralizada por el terror ve como uno de los ejecutores prepara una gruesa cuerda que logra lanzar a una de las ramas para luego colocarla alrededor del cuello del sentenciado.
-¡Andrea, Andrea..., perdóname mi amor. No puedo despedirme....!- repite el muchacho con fuerzas casi extinguidas.
Andrea, que se encuentra en el cuerpo de Amira, llora silenciosa, cerrando los ojos con todas sus fuerzas para no ser testigo del macabro espectáculo, hasta que se ve forzada a mirar, martirizada por los gritos de los hombres, que al unísono corean... -¡Más alto, más alto!
En pocos segundos el joven alemán pendía del viejo árbol, agitando el cuerpo con terribles convulsiones.
-¡Camaradas, vámonos de aquí!... -¡dejemos a este desgraciado para que se lo coman los cuervos!- Ordena el jefe del grupo, antes de salir corriendo y perderse entre las sombras.
Andrea corre hasta el árbol y sacando fuerzas sin saber de donde, logra desatar el nudo de la soga de la que cuelga su amado, quién cae al suelo como un pesado fardo.
Destrozada por el dolor le cubre de besos, y sus lágrimas van lavando el rostro del muchacho que por milagro parece recobrar la vida para pedirle perdón y despedirse.
-¡Esperame mi amor, hasta que nos reencontremos!. pronuncia la muchacha que tras escuchar las 12 campanadas provenientes de la Iglesia, sella su compromiso con un beso justo en el momento en el que a Gunther se le escapa la vida.
Una helada ráfaga de viento estremece las ramas del árbol al punto que parecen partirse. El cuerpo de Gunther se ha desvanecido mientras Andrea pierde el conocimiento.
Los destellos del débil sol de otoño anuncian la llegada del Día de todos los Santos.
Amira despierta a los pies del árbol de sus inquietudes, sin entender cómo llegó allí y que pasó durante la noche, pero extrañamente, al mirarlo, se siente liberada, el desasosiego se ha ido.
Lentamente se incorpora y sacudiendo el polvo adherido a su lujoso traje de fiesta se dirige al auto abandonado a la orilla del camino.
Al sentarse sobre el cómodo asiento de cuero negro percibe un delicioso perfume de mujer, en fracciones de segundo, como si viera una película en cámara rápida, revive lo ocurrido, haciéndole entender.
El árbol, Andrea, Gunther y ella... personajes entrelazados entre el pasado y el presente con un mismo fin. Que la pareja pudiera reunirse finalmente y descansar en paz.
El Día de los Muertos, decide ir al cementerio para llevar un ramo de rosas rosas. ¿A quién?. No estaba segura, pero eso no la detiene.
Vagando entre sepulcros cubiertos de flores, sin razón aparente, se detiene frente a un lujoso panteón, en el que resalta un dorado medallón con la fotografía de una hermosa joven semejante a ella.
-Andrea Foscati- Lee inscrito en el mármol. "A nuestra amada hija, fallecida trágicamente en la plenitud de su juventud la noche del 31 de octubre de 1944".
Embargada por la emoción, la bailarina deposita las flores sobre la sepultura abandonada y pronuncia en silencio una oración.
Al abrir los ojos, logra distinguir en el horizonte a una hermosa pareja que abrazada le sonríe, y que tras despedirse con un gesto de sus manos, va desapareciendo envueltos por una suave bruma.
Desde ese día, todo cambió. Pasar cerca del árbol del camino ya no era un momento de penuria. Inexplicablemente se había transformado en un instante de paz que ya no le abandonaría jamás.
Halloween, 31 de octubre de 2021